Quimica Perfecta
Capitulo 11
- Bien -respondo, omitiendo el hecho de que me hayan puesto a Justin de compañero-. Tengo una profesora de química muy dura.
- No tendrías que haber cogido química -interviene mi padre-. Si no consigues un sobresaliente, tu nota media se vendrá abajo. Es muy difícil entrar en una universidad como Northwestern, y no van a levantar un dedo solo porque sea mi alma máter.
- Lo entiendo, papá -digo, terriblemente deprimida. Si Justin no se toma en serio nuestro proyecto, ¿cómo voy a sacar un sobresaliente?
- La nueva cuidadora de Rosalie ha empezado hoy -le informa mi madre-. ¿Te acuerdas?
Mi padre se encoge de hombros porque cuando la última cuidadora se marchó, él insistió en que Rosalie debería vivir en algún tipo de residencia en lugar de en casa. No recuerdo haber gritado más en mi vida de cómo lo hice entonces, porque nunca permitiré que manden a Rosalie a un lugar donde la descuiden y no la comprendan. Yo tengo que estar pendiente de ella. Esa es la razón por la que entrar en Northwestern es tan importante. Si estoy cerca de casa, puedo vivir aquí y asegurarme de que mis padres no la ingresen en un centro.
A las nueve llama Megan para quejarse sobre Darlene. Opina que ha cambiado durante el verano y ahora se lo tiene creído por estar saliendo con un universitario. A las nueve y media llama Darlene para decirme que sospecha que Megan está celosa porque sale con un universitario. A las nueve y cuarenta y cinco llama Leah diciéndome que ha hablado con Megan y Darlene y que no quiere entrometerse. Yo estoy de acuerdo con ella, aunque creo que ya es demasiado tarde.
Son las once menos cuarto cuando por fin termino mi redacción sobre el respeto para la señora Peterson y puedo ayudar a mi madre a acostar a Rosalie. Estoy tan cansada, siento que no puedo ni mantener levantada la cabeza. Cuando me acuesto, después de haberme puesto el pijama, marco el número de Joe.
-Hola, guapa -dice-. ¿Qué haces? -No mucho. Estoy en la cama. ¿Os habéis divertido en casa de Doug?
- No tanto como lo habría hecho si hubieras estado.
- ¿A qué hora has vuelto?
- Hace una hora. Me alegro de que hayas llamado.
Tiro de mi enorme edredón rosa hasta la barbilla y hundo la cabeza en mi mullida almohada.
- ¿De verdad? -le pregunto, esperando un cumplido, y con un tono de voz cariñoso, aniñado-: ¿Por qué?
Hace mucho tiempo que Joe no me dice que me quiere. Ya sé que no es la persona más cariñosa del mundo. Mi padre tampoco lo es. Pero es algo que necesito oír de Joe. Quiero que me diga que me quiere, que me echa de menos, que soy la chica de sus sueños.
Joe carraspea antes de decirme:
- Nunca hemos tenido sexo telefónico.
Vale, esas no son las palabras que esperaba. No debería sentirme ni decepcionada ni sorprendida. Él es un adolescente y soy consciente de que los chicos solo piensan en el sexo y en divertirse. Esta tarde, cuando leí la nota de Justin en la que hablaba de tener sexo duro, me esforcé por ignorar la extraña sensación que se me instaló en la boca del estómago. Lo que él no sabe es que soy virgen.
Joe y yo nunca hemos mantenido relaciones sexuales. Ni telefónicas ni reales. Estuvimos a punto de hacerlo en abril del año pasado, en la playa, detrás de la casa de Leah, pero me eché atrás. No estaba preparada.
- ¿Sexo telefónico?
- Sí. Tócate, ___. Y después me dices lo que estás haciendo. Eso me pone un montón.
- Y mientras me toco, ¿qué vas a hacer tú? -pregunto.
- Pelarme el pene. ¿Qué crees que voy a hacer, los deberes?
Me río. Es más una risa nerviosa porque no nos hemos visto mucho los dos últimos meses. Tampoco hemos hablado demasiado, y ahora quiere que en un solo día pasemos del «Me alegro de verte después de todo un verano separados» al «Tócate mientras me pelo el pene». Tengo la sensación de estar en medio de una canción de reggaetón.
- Vamos, ___ -me dice Joe-. Piensa que es una práctica antes de que lo hagamos de verdad. Quítate la camiseta y tócate.
- Joe... -digo.
- ¿Qué?
- Lo siento, pero no me apetece. Al menos, ahora no.
- ¿Estás segura?
- Sí. ¿Estás enfadado?
- No -dice-. Pensé que sería divertido darle un toque picante a nuestra relación.
- No sabía que te aburrieras.
- Las clases... el entrenamiento de fútbol... los mismos sitios a los que vamos. Supongo que después de un verano lejos de aquí ahora me agobia la misma rutina. Me he pasado las vacaciones haciendo esquí acuático, piruetas con tabla de surf y deportes de motor fuera de pista. Son cosas que hacen que se te acelere el corazón y la sangre te circule muy rápido, ¿sabes? Es un puro subidón de adrenalina.
- Suena genial.
- Lo fue, ___.
- Sí.
- Y estoy preparado para ese subidón de adrenalina... contigo..
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