viernes, 3 de mayo de 2013

Quimica Perfecta

capitulo 10


- Sí, el primer día otra vez -digo mientras mezclo bien su comida y la dejo sobre la mesa. Le meto una cuchara de comida triturada en la boca mientras continúo hablando-. Y a mi profesora de química, la señora Peterson, se le daría genial ser monitora en un campamento militar. He leído detenidamente el programa de estudios. No hay una semana en la que no haya programado un examen o alguna prueba. Este año no va a ser nada fácil.

Mi hermana me mira, intentando descifrar lo que le estoy contando. Su expresión de concentración me dice que me apoya y me entiende aunque no pueda expresarlo con palabras. Porque cada palabra que sale de su boca es todo un suplicio. A veces me gustaría decirlo por ella, porque siento su desesperación como si fuera la mía propia.

- ¿No te ha gustado Baghda? -pregunto con dulzura.

Mi hermana niega con la cabeza. Y no le apetece hablar de ello, lo sé por la manera en la que se le tensan los labios.

- Ten paciencia –digo-. No es fácil llegar a una casa nueva y no saber qué hacer.

Cuando Rosalie termina de comer, le traigo las revistas para que pueda echarles un vistazo. A mi hermana le encantan las revistas. Mientras se entretiene hojeándolas, me hago un bocadillo de queso y me siento en la mesa para ponerme con los deberes mientras como.

Oigo que se abre la puerta del garaje justo en el momento en el que saco la hoja de papel que la señora Peterson me ha dado para escribir la redacción sobre el respeto.

- ___, ¿dónde estás? -grita mi madre desde el vestíbulo.
- En la cocina -respondo yo.

Mi madre entra desenfadadamente en la cocina con una bolsa de la tienda Neiman Marcus colgada del brazo.

-Toma, esto es para ti.

Cojo la bolsa y saco una camiseta azul claro del diseñador Geren Ford.

-Gracias -digo, intentando no darle mucha importancia frente a Rosalie, quien nunca recibe un regalo de mi madre. Aunque tampoco le importa. Está demasiado absorta mirando las fotos de las famosas mejor y peor vestidas, y de su brillante bisutería.

-Pega muy bien con esos vaqueros negros que te compré la semana pasada -añade mientras saca del congelador unos filetes y empieza a descongelarlos en el microondas-. Dime... ¿cómo le iba a Baghda cuando llegaste a casa?
- No muy bien –digo-. Tienes que enseñarle a hacer las cosas.

No me extraña que mi madre no responda. Mi padre entra por la puerta de la cocina un minuto después, quejándose del trabajo. Es el dueño de una empresa de producción de circuitos integrados y ya nos ha explicado que este es un año flojo, y pese a ello, mi madre sigue saliendo y comprando de todo, y mi padre me ha regalado un BMW por mi cumpleaños.

- ¿Qué hay para cenar? -pregunta mi padre mientras se afloja la corbata. Parece cansado y ajado, como de costumbre.
- Filetes -contesta mi madre sin apartar la vista del microondas.
- No me apetece una cena pesada -dice él-. Solo algo ligero.
-¿Huevos? ¿Espagueti? -resopla mi madre, apagando el microondas y enumerando sugerencias a oídos sordos.

Mi padre sale de la cocina. Incluso cuando está aquí físicamente, sé que su mente sigue en el trabajo.

- Me da igual, pero que sea ligero -vocea.

Es en momentos como estos cuando siento lástima por mi madre. Mi padre no le presta mucha atención. Cuando no está trabajando, está de viaje de negocios o simplemente no le apetece estar con nosotras.

- Haré una ensalada -digo mientras saco la lechuga del frigorífico.

Por su sonrisa, diría que mi madre agradece la ayuda, preparamos la cena juntas, pero en silencio. Pongo la mesa mientras mi madre trae la ensalada, unos huevos revueltos y pan tostado. Masculla algo sobre no ser valorada; supongo que quiere que la oiga pero que no haga ningún comentario al respecto. Rosalie sigue absorta en sus revistas, ignorante de la tensión que hay entre nuestros padres.

- El viernes me voy a China y estaré allí dos semanas -anuncia mi padre al regresar a la cocina en pantalones de chándal y camiseta. Se desploma sobre su asiento, el que preside la mesa, y se sirve algo de huevos revueltos en el plato-. Nuestro distribuidor de allí está repartiendo material defectuoso y tengo que averiguar la cantidad.
- ¿Y la boda de DeMaio? Es este fin de semana y ya hemos confirmado nuestra asistencia.

Mi padre deja caer el tenedor y mira a mi madre.

- Sí, estoy seguro de que la boda del hijo de los DeMaio es más importante que mantener a flote mi negocio.
- Bill, yo no he insinuado que tu negocio sea menos importante -rebate mi madre, dejando también caer el tenedor sobre el plato. Es increíble que no tengamos todos los platos desportillados-. No obstante me parece una grosería cancelar ese tipo de cosas en el último momento.
- Puedes ir tú sola.
- ¿Y qué la gente empiece a cuchichear sobre la razón por la que no me has acompañado? No, gracias.

Esta es la típica conversación durante la cena de los Clapp. Mi padre hablando sobre lo duro que es su trabajo, mi madre intentando fingir que somos una familia feliz y Rosalie y yo manteniéndonos al margen de todo.

- ¿Cómo te ha ido el instituto? -pregunta finalmente mi madre...

No hay comentarios:

Publicar un comentario